El Museo del Louvre, vivió un robo sacado directamente de Hollywood, digno de la serie Lupin o una película de James Bond. Uno de los museos más importantes del mundo y con mayor seguridad, ha sido víctima de un robo histórico que ha conmocionado a Francia y al mundo.
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Un comando de ladrones ejecutó una operación relámpago en plena Galería de Apolo para sustraer varias joyas de la Corona francesa, muchas de ellas pertenecientes a las colecciones de Napoleón y la emperatriz Eugenia de Montijo.
La magnitud del golpe fue confirmada por la Fiscal de París, quien cifró el valor monetario de las joyas robadas en una suma “extremadamente espectacular”: 88 millones de euros.
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No obstante, la fiscal fue clara al advertir que esta estimación no incluye el “daño histórico” ni el valor patrimonial incalculable que estas piezas tienen para la memoria y la cultura de la nación francesa.
Las joyas robadas del Louvre
Tiara de la emperatriz Eugenia de Montijo
Una pieza con detalles muy específicos que la convierten en un tesoro clave del segundo imperio francés. Fue elaborada por el joyero real Alexandre-Gabriel Lemonnier en 1853 y ese mismo año Napoleón III se la regaló a Eugenia de Montijo con motivo de su boda.
Está adornada con 1,998 diamantes (incluidos los “rosas” o cortes pequeños). Es particularmente famosa por sus 212 perlas, incluyendo 17 perlas en forma de pera que cuelgan del diseño.
El diseño es una muestra del estilo imperial de la época, presentando un arreglo de siete pequeñas cuentas compuestas por tres grandes perlas superpuestas, que se alternan con cartuchos en forma de piel, rematados con una pera y follaje de diamantes.
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Tiara del ajuar de las reinas María Amelia y Hortensia
Es una de las joyas de la corona francesa que destaca por sus impresionantes zafiros y su importante linaje. Está elaborada con diamantes y un gran zafiro de Ceilán (Sri Lanka) como pieza central.
La tiara, en su estado actual, está compuesta por veinticuatro zafiros (incluyendo cinco grandes) y un total de mil ochenta y tres diamantes. La pieza tiene 6.2 cm de alto y 10.7 cm de ancho.
Perteneció originalmente a Hortensia de Beauharnais (Reina de Holanda), quien era la hija de Josefina de Beauharnais (la primera esposa de Napoleón Bonaparte).
Posteriormente, pasó a manos de María Amelia de Borbón-Sicilia, Reina de Francia por su matrimonio con Luis Felipe I.
El conjunto de zafiros al que pertenece la tiara se estima que fue creado entre el Primer Imperio Francés (1804-1814) y la Restauración. Representa un valioso testimonio de la alta joyería parisina de principios del siglo XIX.
Collar del conjunto de zafiros de las reinas María Amelia y Hortensia (Y un pendiente)
Es una de las piezas sustraídas del Louvre que componen la valiosa “Parure de Zafiros” vinculada a dos importantes reinas francesas. El collar está compuesto por ocho zafiros de diferentes tamaños, y un total de 631 diamantes. Las gemas están engastadas en oro.
Todos los zafiros que adornan el conjunto (incluyendo la tiara y los pendientes) proceden de Ceilán (Sri Lanka). Se destaca que son zafiros en su estado natural (sin tratar térmicamente).
Se trata de una pieza articulada, lo que demuestra un alto nivel técnico y sofisticación en la joyería parisina de la época.
El collar fue lucido por la reina Hortensia de Beauharnais (hija de Josefina Bonaparte y reina de Holanda) y, posteriormente, por la reina María Amelia de Borbón-Sicilia (esposa de Luis Felipe I).
Sus orígenes exactos son misteriosos, pero se estima que fue creado entre el Primer Imperio y la Restauración (aproximadamente entre 1800 y 1830). Permaneció en la Colección de la Casa de Orleans hasta que fue adquirido por el gobierno francés para el Louvre en 1985.
Este collar, junto con la tiara y el pendiente robado, conformaba un conjunto de zafiros azul intenso rodeados de diamantes que simboliza la continuidad de la realeza y la moda de la élite francesa del siglo XIX.
El collar de Esmeraldas de María Luisa
Entre las joyas robadas del Louvre, el collar de Esmeraldas de la emperatriz María Luisa es un símbolo deslumbrante del poder y la opulencia de la era napoleónica.
Esta pieza no es un simple adorno, sino un regalo que encapsula una unión política. El collar fue un obsequio personal de Napoleón Bonaparte a su segunda esposa, la emperatriz María Luisa de Austria, con motivo de su matrimonio en 1810.
Fue confeccionado por el joyero oficial de la Corona, François-Régnault Nitot, cuya casa es la precursora de la prestigiosa firma Chaumet, lo que garantiza una maestría técnica inigualable.
El diseño resalta la combinación de 32 esmeraldas y 1,138 diamantes engastados que enmarcan y dan brillo a las esmeraldas.
El conjunto original de María Luisa, que incluía la diadema, se dispersó tras su muerte. El collar y los pendientes fueron a parar a Italia y, durante más de un siglo, estuvieron en manos de coleccionistas privados.
Fue el gobierno francés quien logró recuperar y reincorporar el collar y los pendientes a las colecciones del Louvre en 2004, solo para verlo desaparecer ahora en este audaz robo.
El collar de esmeraldas, con su imponente brillo verde y diamante, representa uno de los picos de la joyería francesa imperial.
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El broche relicario de María Luisa
El broche relicario sustraído del Museo del Louvre es una joya de gran valor histórico, no solo por su antigüedad, sino por su conexión indirecta con la colección imperial de la emperatriz María Luisa, la segunda esposa de Napoleón I.
El broche está adornado con un total de 94 diamantes. Un diseño central presenta una roseta compuesta por siete diamantes que rodean a un solitario principal.
Este broche, más que un simple adorno, es un fragmento de la historia francesa, engastado con gemas que han presenciado siglos de poder y realeza.
El “Gran Nudo de Corpiño” de la Emperatriz Eugenia
El Gran Nudo de Corpiño (Grand Noeud de Corsage) de la emperatriz Eugenia de Montijo es una joya histórica y un testimonio excepcional del arte de la orfebrería durante el apogeo del Segundo Imperio Francés, una pieza robada que simboliza la cúspide de la moda de gala.
Es un broche espectacular diseñado para adornar el escote o el corpiño de los vestidos de gala de la Emperatriz. Su forma recrea un gran lazo o nudo con dos presillas con una elegante “cascada” de diamantes en forma de borlas.
Fue realizado en 1855 por François Kramer, el joyero personal de Eugenia y proveedor de la Corte Imperial. En 1864, la propia Emperatriz ordenó modificar la pieza para que el “nudo” pudiera ser usado como un broche de corpiño, destacando su adaptabilidad a las tendencias de la época.
La emperatriz Eugenia lo utilizó en eventos trascendentales, como la recepción a la Reina Victoria en el Palacio de Versalles.
El valor de esta pieza reside en su belleza, su composición con miles de diamantes y su papel central en la indumentaria ceremonial de la última emperatriz de Francia.
La Corona Imperial de la Emperatriz Eugenia de Montijo (recuperada pero dañada)
La Corona de la Emperatriz Eugenia de Montijo es quizás la pieza más emblemática de las joyas asociadas al Segundo Imperio Francés y la única que fue recuperada (aunque con daños) después del reciente asalto al Louvre.
Está adornada con 1,354 diamantes y 56 esmeraldas. El diseño presenta ocho arcos en forma de águilas (símbolo napoleónico) en oro, globo de diamantes y una cruz latina. Es un ejemplo del alto nivel técnico de los joyeros del siglo XIX.
Fue creada por el joyero Alexandre-Gabriel Lemonnier o por la casa Bapst, siendo parte del ajuar de gala de Eugenia, la aristócrata española que se convirtió en esposa de Napoleón III.
Tras la caída del Segundo Imperio la corona de Eugenia fue vendida y pasó por colecciones privadas hasta que fue donada al Louvre en el siglo XX, asegurando su permanencia en el patrimonio nacional.
En el reciente robo del Louvre, la corona fue sustraída, pero fue abandonada por los ladrones en su huida cerca del museo. Las autoridades la recuperaron, aunque confirmaron que sufrió daños en su estructura (el aro deformado) y la pérdida de algunas de sus gemas.La corona es un espléndido manifiesto del poder y el gusto de la emperatriz Eugenia, un ícono de estilo y una pieza histórica que, a pesar de su recuperación, ahora requiere una evaluación urgente de sus daños.
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